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Quizá lo primero que habría que decir de este espléndido libro es que no se trata de una obra estrictamente para niños, más bien cabría decir que estamos ante un libro de arte para todas las edades.
La acertada selección, realizada por Antonio Rubio y Manuela Rodríguez, rescata unos cuantos poemas de Federico que reflejan en toda su dimensión ese mundo singular del gran poeta granadino. Bien podrían ser otros los poemas, y el libro tener igual entidad, pero la presencia de “Despedida” o “Vals de las ramas” hacen de esta pequeña antología una acertada muestra de la obra lírica de García Lorca.
Magnífico el contenedor: la cubierta, con una ilustración que la abarca entera, las austeras guardas, el ahuesado papel satinado mate, excelente para mostrar el universo gráfico del ilustrador mexicano, el azul de los títulos de los poemas, como escapado de sus imágenes, la biografía del poeta —no hay que olvidar la historia, de lo contrario, estaremos condenados a repetirla—, y las palabras últimas de Gabriel, verdadera confesión poética, broche acertado para un libro memorable, en el que lo único gratuito y ajeno a su estética es la tipografía pretendidamente manuscrita de “12 poemas de”.
Siempre que entramos en una ilustración de Gabriel Pacheco accedemos a un escenario. Un escenario inquietante en el que asistimos a una leve representación: lo imaginado, lo intuido, lo interpretado por el creador.
Cuando se trata de un texto narrativo —tenga o no texto— ese escenario se prolonga en varias imágenes en el transcurso del cuento. Aquí, son doce pequeños escenarios íntimos, como una pequeña plaza, en los que sus delicados personajes escenifican una mínima comedia, o tragedia, silenciosa, ensimismada, ausente de la mirada del espectador. Esos personajes no están posando para el usuario, ¿acaso lo hacen para el poeta?, ¿qué diálogo secreto mantienen con su hacedor?
De un gris craquelado a unos sucios azules luminosos oscilan estos escenarios ausentes de decoración; si acaso, una pequeña nube que pasa, y en ellos, unos frágiles actores conversan con la nada, con el vacío, con la soledad y, también, con nosotros.
Son, como dice Gabriel en su pequeño texto, como la mariposa del amor, y digo yo, que nunca se deja atrapar.
Antonio Ventura
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